domingo, 17 de junio de 2007

Paños húmedos

"La toalla huele mal"… tiene un par de horas pensando que debe escribir sobre el mal olor de una toalla como idea de apertura. A pesar de que le parece que el recuerdo olfativo es una "falsa ilusión” (cree saber que el texto no será más real si abre con una interpelación a la nariz) ella tiene un par de horas con esa idea fija. No se sienta a escribir porque la toalla mojada y olvidada en ese bolso no la convence del todo. Cuando por fin decide el entorno-contexto-estado-estadio-sentido del inicio del relato y agrega este asunto de la toalla, queda completamente inconforme y lo borra todo. Me lo acaba de confesar. Mamá está obsesionada con la escritura. Me pregunto si todos los escritores son así. Pobre gente.

Así vive sus días, pensando en sí misma. Se levanta y lo primero que hace es correr al espejo, luego trata de internarse en su computadora lo más rápido que puede después del desayuno que todos forzamos juntos. Pocas veces se sienta tranquila en la mesa con nosotros. Mi madre siempre está en esa computadora. A veces cuando no está, miro el lugar donde trabaja y me pregunto qué tanto gusto podrá encontrarle a pasar tantas horas sentada allí. Es completamente compulsiva en su forma de aferrase a esa sillita roja que la sostiene. No es que me oponga a esa sublimación que obtiene de la narrativa, pero no estaría nada mal que dejara de fotografiarse y nos hablara un poco a nosotros.

Tengo cinco hermanas mujeres hechas y maltrechas y un hermanito menor a quien aún le pega un poco la ausencia de esa presencia al otro extremo del cordón umbilical. Tuve que mudarme a esta casa nuevamente después un largo noviazgo con Canadá, se terminó la tranquilidad legal, dejé de tener energía para luchar con el paredón de extranjería y me regresé. Ahora estoy completamente single y vivo con mi madre y mi hermano Julio ¿Cómo iba a imaginar yo esta suerte de mierda cuando decidí quemar mis naves nórdicas? Pero bueno, ya vendrán días mejores.

Conocí hace unos seis meses a un escritor - ¿por qué justamente escritor? - que me quita el sueño cada noche. Todo el tiempo quiero saber qué estará cocinando en la misma hornilla donde cocina mi madre. ¿Qué montará en ese avión a Buenos Aires este domingo cuando se vaya? Me pregunto. También quiero saber qué está pensando y haciendo justamente ahora y sobre eso o más bien a él quisiera escribir yo. Me gustaría decirle que venga a buscarme para salir a cenar y luego irnos a dormir a su casa, pienso en eso todo el tiempo porque no me atrevo a hacerlo. Algo así tal vez impulsa a mamá a pensar en cosas como el mal olor de una toalla, tal vez son imágenes que sí le dan más realismo a su texto, después de todo, pues fantasías como las mías no hacen buenas historias, yo no podría ser escritora. Mamá debe ser muy sabia aunque no nos lo muestre a nosotros. Tal vez por pudor, “el conocimiento aísla” decía papá.

Yo no creo que sea tan sabia, por eso hablo de ese supuesto pudor, para darle glamour. Anoche soñó – y lo contó en el desayuno, con la mirada algo extraviada - que había una columna entre Ana Teresa Torres y ella, quien la había invitado a almorzar y le decía que su libro valía la pena, tenían entre ellas una columna que no les permitía verse bien (nada raro bajo el sol, considerando que nunca han sido presentadas). Dijo que veía mucho interés en el lenguaje corporal de Torres mientras le hablaba, que la sorprendía mucho. Nos contó el sueño a mí y a su amiga Emilia quien con frecuencia llega tempranísimo y quien no se rió del cuento del sueño. Yo sí. No sé qué tanto hace Emilia aquí.

Emilia no se ríe de esas cosas nunca, si sospecha que se ha aludido a un genital o a una costumbre social “impuesta” a alguno de los sexos, no importa cuál sea el símbolo o la conducta que uno mencione, la tipa salta, o en el mejor de los casos, es incapaz de reírse. Creo que el tema del género la perturba, se molesta, definitivamente hay algo ahí que no le gusta. Es demasiado jodida esa mujer, debe ser por eso que mi madre la venera y que la columna en ese sueño no le causó la más mínima gracia.

Mamá quiere iniciar un texto con el mal olor de una toalla ¡qué loquita es! y más loquita estoy yo por no caminar estas diez cuadras que me separan de unas sábanas complacientes. Lo que pasa es que es enamoradizo y yo muy vulnerable, además de enamorable de él. Nunca me ha gustado enamorarme, ya ni siquiera pienso en hijos, mucho menos logro imaginarme el éxito en el amor a largo plazo. Me quita el sueño, eso sí, pero no me lo imagino. He perdido toda la valentía con la que nací, sólo me quedan los miedos y la pasión, los puentes hacia la ternura pura se me han derrumbado, no me fío, me sequé.

Emilia, para dar un ejemplo de lo chimbo que puede ser el amor, cualquier tipo de amor, tuvo una travesura, desliz, torpeza, ajuste de cuentas, como quiera llamársele (yo me inclino por torpeza) con mi padre. Eso las alejó, gracias a Dios, por lo menos por algunos años, pero ahora que papá murió, pareciera que quisieran estar con él al estar juntas. Aunque se me acaba de ocurrir que cuando Emilia estuvo con mi padre, tal vez lo que quería era estar con mi madre y ahora que el hombre no está se puede. Quién sabe qué carajo encuentra ese par en esa amistad tan rara. A mí me saca la piedra.

Tal vez sea sólo que mi madre es una revoltosa antisocial insoportable y de ser éste el caso, es ella la que no le conviene a la pobre Emilia, pero dejaré que ese tipo de juicios los emitan ellas mismas y no le diré un coño a mi madre nunca sobre este asunto de la piedra afuera, es un poco feo aunque sea muy genuino. No soy homofóbica, pero no mi mamá. Además, no sé si quiero saber todo sobre mi madre, tal vez si lo hago termino atropellada. ¡Terror!

Mamá tiene una forma brutal de hablar y me gusta mucho que me hable así, me siento muy cercana a ella cuando lo hace. Mientras más cruda es, más me entrego a quererla. Papá decía que esto haría de mí una gran mujer, muy independiente. Menos mal que no llegó a verme regresar a casa a los 37 y sin dinero, estudios, marido, novia, hijos, amantes o logro alguno. Tal vez tenía razón y sí soy muy independiente pero no tanto una gran mujer. Vivo con mi mamá y mi hermanito y ellos me mantienen, así que no, no soy tan independiente, no me engaño, aunque haya logrado vivir sólita en el norte por tanto tiempo ni aprendí tanto.

Cuando Emilia dormía con mi padre, mi mamá le escribió a él una carta que un día por mala o buena suerte, no lo sé, encontré entre sus cosas. Yo buscaba el libro de Quino de mi infancia, uno que se llamaba algo así como ¿quién soy? o ¿quiénes somos? y que tenía a un señor con el rostro en blanco que perseguía sus facciones con una malla para atrapar mariposas. No encontré el libro, nunca más lo vi, pero hallé esta carta:

Hola, querido. Me salí un ratico del foro donde estoy y te escribo rápido desde una butaca incómoda del Lobby del hotel. Estoy molida por el aburrimiento de la conferencia y el sueño: llegué a Bogotá a las cuatro de la madrugada. Como te dije, dejé el alma en Caracas, contigo, junto a tu puestico en la cama que has decidido compartir con otra señora, con mi amiga. Así como en todas partes a donde voy, eres tú quien está en mi mente. Me preocupa tu testimonio de que yo no te había contado nada sobre a qué venía a Bogotá. Tal vez por eso, o cosas como esa, metiste a Emilia bajo mi sábana, no lo sé. En todo caso, vine a un congreso de crítica literaria ¿no te lo imaginaste? Pero sobre todo, a contactar varios de los grandes ligas la edición latinoamericana, están todos aquí y ninguno en mi cuarto de hotel, pero debería considerarlo dadas las circunstancias y mi sensación de derrota, un buen apretujón quizás me reconfortaría ¿me lees Antonio?
Vamos a ver qué pasa, si tengo suerte, coloco la novela nueva. Dinero, mijo, dinero. Te contaría más al respecto, pero estoy apurada (aquí cobran caro las ausencias) y me faltan otras cartas que escribir (por cierto, en otro momento que no tenga que dedicarle a la añoranza y el amor, te voy a pedir un favor; es sobre Julito, necesita unos zapatos para el fútbol y olvidé comprárselos, comienza las prácticas en dos semanas, luego te mando los datos).
Lo que me inquieta de no haberte contado nada (si es que en verdad no te había contado) es que yo, que soy mujer de extensos silencios, siempre me quedo callada y acumulo tantos que al cabo de un tiempo me da una enorme flojera "poner al día" a la gente de lo que me viene pasando. Ya tú debes saber eso, pero igual no sobra pedirte que me preguntes más sobre lo que quieras saber y no me lo cobres tan caro. Disculpa la inoculación, pero estoy celosa. De mi silencio al colapso, sólo falta un pasito, según parece, no me ayudes tanto si no estás seguro de qué es lo que quieres, porque yo sí sé colapsar y cinco muchachos piden un poco más estabilidad que eso ¿no te parece? Ayúdame. Déjame si quieres, pero colapso ni de vaina, no me des así los mensajes, Emilia era mi hermana, bestia.
Anoche en el avión, sobrevolando Los Andes, tuve muchas ganas de decir "todo p'al carajo, voy a decirle a Antonio que se vaya de una vez". Lástima y fortuna que nuestros compromisos me recuerdan que no todo está en mis manos. No he visto nada de la ciudad, aunque el cielo luce muy azul y la temperatura muy agradable, templada (alrededor de los 20 grados). Ya te iré contando. Te amo,

Josefina

Pobrecita mi mamá, pero, coño, no culpo al pobre Antonio tampoco. Recuerdo que cuando leí eso lloré mucho, no sé exactamente qué me hacía llorar, había tanto material para eso en sus palabras que no puedo elegir, pero lo cierto es que sentí un dolor parecido al que puede causar la muerte.

Imagino que anoche mi vecino de las prometedoras sábanas a diez cuadras conoció o se reencontró con una mujer realmente estupenda, linda, más linda que yo, por eso no llamo. Me gustaría contarle a mamá, pero sentirá que destruyó mi auto estima con su computadora y no le quiero hacer eso. Hablaré tal vez con Julio, a ver si aprende algo de cómo es que se trata a una mujer triste. Ojalá no sea demasiado tarde.

“¿Que le paso a mi muchachita? ¿Por que no vas a un internista?” me dijo mi padre un día, un día muy malo, recuerdo. “No a un psiquiatra – insistió - sino a un médico que te revise las hormonitas revueltas que tal vez estén alteradas. Creo que has estado un poquito así desde hace ya rato y no lo mereces porque eres demasiado espectacular”. Me llamaba “mi-niña-intensa”. Tenía razón, mi disposición para la tristeza es infinita. Me agobia. Papá era un hombre justo.

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