Opium
Esta mañana amanecí en una cama desconocida, pero con toda la ropa puesta, y por fortuna un par de secretos bajo el pantalón intactos para asegurarme que no hubo steeptease, un vómito rojo a mi lado, eso sí, y la triste certeza de estar muerta. No recordaba nada. En eso una mujer con voz como de hombre insistió en montarme en un carro, seguramente un taxi. Recordé que tenía identidad y pregunté por mi cartera. Alguien me la dio y me fui. Llegué a mi casa como a las siete. Había un cerro de platos sucios que me desanimó a servirme el vaso de agua que necesitaba. Desde entonces estoy aquí. No sé cuánto tiempo ha pasado y no puedo recordar qué es lo que debía hacer hoy. No encuentro la agenda, pero no sé para qué la busco porque nunca escribo nada ahí.
Tengo el cuerpo envejecido. Siento la piel caída y lerda. Recuerdo tres tragos, pero no sé qué pasó luego, sólo tengo una imagen muy clara y es la de una lámpara titilante por un problema de cableado que me mareó. Sé que al mirarla fijamente decidí dormir. Pero no encuentro neurona alguna que atestigüe, los pasos que di luego son un misterio. Así es como mi sabiduría brilla en su propia ausencia, debe ser una sabiduría profunda la mía, brilla con esplendor, pues no hay despecho en el mundo que amerite estos traspiés y éste es el segundo del mes. El otro fue el miércoles.
Pablo, compadre ¿recuerdas la ladilla china? Todo el mundo sabe que la ladilla es tan china como la lumpia. La nostalgia, en cambio, es árabe, piensa en todas esas mujeres de rostros cubiertos, ese luto silencioso por la cotidianidad, imagina la carne de un chawarma triste y sola, seca de calor. Naturalmente te corresponde la ladilla, hasta podrías fumártela, se hace todo el tiempo. A mí me calza la nostalgia, me sienta, se corresponde con mi naturaleza enrollada, intensa y compleja.
Escritas estas palabras de comediante que agoniza, decidí no llamar más y milagrosamente lo he logrado, pero el dolor de cabeza de esta resaca no se me quita y me recuerda con insistencia que ahí está el teléfono y que la ansiedad quizás encuentre una válvula allí. La metáfora de la lumpia y el chawarma viene de una sesión de psicoanálisis. La original decía, y cito a Laura, mi terapeuta: “Paola, si ya te dijo que no come árabe, sino chino, y te lo dijo tan claramente, ¿por qué quieres invitarlo a comer árabe? ¡Piensa, si lo convences, capaz que no deja propina y le escupe al mesonero!” Llegué a esta mala racha emocional chateando con Pablo. Nunca nos tocamos, pero yo pretendía enamorarlo y él se planteaba tirar sin compromiso, a eso se refería mi psicoanalista con el cuento de la comida internacional. Le escribí la metáfora porque me execró del Chat y quería convencerlo de que me devolviera el estatus de (Conectada).
Mi vientre se estremece de frío con cada recuerdo, está bajo cero la temperatura, se cerró la ventanilla que iluminaba esta oficina en donde la masturbación estorba. Con el compadre fuera de mi lista, no tengo con quién hablar y nadie a quien imaginar, no tiene caso una fantasía dulce con quien nos ha declarado “mujer ingrata”. Mi laberinto está inflamado, me marean estas teclas y tengo sed.
El argumento es simple: sería mejor que le aburriera mi deseo. ¡Como si supiera que le hago falta, como si lo creyera realmente, como si no hubiera entendido que me vetó el acceso por el tedio que le causo! El laberinto de la ciudad, ¡coño! aquí hasta este hombre tan bello es un dolor. Yo me encargo de la nostalgia, le digo, pero ábreme la puerta de tu pantalla. Mi adicción al teclado no tiene límites y mi soberbia ebria tampoco. Lo que debería hacer es dormir.
Hace tres meses que regresé de Apure. Estuve allá un mes sanando heridas. El padre de mi hija se casó y ella decidió irse a vivir con él. Me corté el pelo como un varón y luego me dediqué a pulverizarlo con inventos químicos. Estaba preparando el terreno para el distanciamiento de la gente, sin pelo y sin atractivo se me haría más fácil irme de la ciudad. Así que calva y vencida me fui para escapar por un tiempito del agobio de mi rol aquí, mi casilla social. Con tanto estrés, iba a envejecer demasiado, la cuota de varios años, tenía que respirar aire puro, y sin mi muchacha si es verdad que no le encontraba el sentido a este maní, la cotidianidad de mi hija era mi vida y no lo sabía.
El café
Por recomendación de Pablo, a quien respeto como a nadie en calidad de interlocutor, me llevé los tres primeros libros de la serie de Castaneda. No me basta con el budismo, el psicoanálisis y el gimnasio, por eso mismo me fui a la finca y que a meditar, a estudiar con los árboles y aprender del ganado. Pero tan pronto regresé a la ciudad, como quien no ha digerido nada, lo llamé, busqué de inmediato a mi compadre muleta, mi bastón, mi apoyo, para ser más elegantes. Retomamos nuestras chácharas, hablamos unas 56 veces, o sea casi todos los días, nos vimos dos, chateamos con frecuencia, nos dijimos obscenidades y luego me tomé un café con su mejor amigo, tenía curiosidad, me sentía sola y mi tremendismo natural me lo permitió.
Mi compadre Pablo es casado, seguramente ya lo mencioné, siempre lo menciono, no es algo que yo misma me permita olvidar ni por un segundo. Su mujer vive en otra casa por cosas del destino y las malas costumbres, pero es casado igual. Yo he pasado los últimos tres años, desde que mi esposo se fue, conversando con él, convirtiéndolo en mi compadre con cada sílaba, siempre había querido tener un compadre. Nunca hemos estado juntos físicamente, pero chateábamos sexo y conversábamos amor. Y su amigo, pues nada, yo solamente quería dejar constancia de que estoy sola, de que no le debo nada, de que puedo salir con quien quiero, en verdad no esperaba que me causara tanto daño, todo este vacío.
La Confesión
No sería un buen compadre si no estuviera dispuesto a mostrarme el lado oscuro de mi idiotez. Si no es así tal vez no me entero. Lo extraño tanto. Quería comentarle una vez más sobre la lectura y lo llamé, pero sin escucharlo decir siquiera hola, confesé que había conocido a su amigo Gilberto, que me había tomado un café con él. Conversamos un poco, me pidió mi opinión sobre su amigo, pregunta a la cual respondí con un hermoso performance de autoembarramiento, una verdadera obra de arte conceptual; y finalmente logré que me declarara castigada. Acto seguido a la sentencia que me acababa de dictar, le escribí lo siguiente:
[El Recordatorio]
Lo que más lamento es que Gilberto sea menos amigo tuyo de lo que yo imaginaba, pensé que tenían un vínculo inquebrantable. Lo lamento porque no pensé que te haría sentir solo, desilusionado de mí tal vez, pero eso es menos grave. Debe admirarte mucho, porque querer estar con tus mujeres es querer estar en tu pellejo, ya lo perdonarás. Yo lo había imaginado dulce como Irene, la tipa más fiel y leal que hay, no como Soledad, a quien aprecio bastante, pero en quien no confío del todo, es mucho menos pura y buena persona que Irene, a quien le confiaría mi vida. Es una lástima haberte tocado esa tecla ya varias veces usada antes, no sabía que tu pana había intentado acercarse a tu esposa, pero compadre, igual lo nuestro es platónico, no te molestes tanto.
Otra genialidad literaria, si se vive por escrito, se muere por escrito. No conforme con haberle perforado la mirada al amigo, a quien conscientemente seduje, le recuerdo a este compadre, cuya alma necesito, una de esas cosas que uno sabe exactamente como son, y de las cuales no nos gusta hablar, pues es que en realidad no tienen la menor importancia. Es decir, la lista creció, ahora estamos hablando de tres delitos: un café, una confesión y un recordatorio.
Por otro lado, que es en realidad el único costado de mi vida que realmente tiene importancia, mi persona favorita, mi niña amada, mi única hija, se llevó su almohada a casa de su papá. Y aunque sé que eso es todo lo que tengo, que en realidad mi tristeza es por mi hija, que muero de rabia por no haber sabido conquistarla, a pesar de saber esto, mi inmadurez está tan latente que lo que me atormenta el pensamiento es tener completamente fuera del alcance a un hombre que anhelo. Salir de su listado del msn me ha sumido en el luto que hasta ahora, y después de tantas angustias, no me había permitido. Su distancia ha sido una suerte de gota que, en mi caso, derrama el vino, o quizás el vodka. Éramos grandes compadres aunque yo en silencio le amara hasta la última hebra de cabello. En él tenía un espacio fluido para un costado de mi intimidad hace ya tiempo olvidado. Pablo le devolvió el latido a mi pecho seco. Un secreto que saboreé y mastiqué como goma de mascar, como retenedores en boca de niña de cuarto grado, con esa misma ligereza e inconsciencia, como un diente roto que nos salva del olvido. Y es que mi visión de mundo es turbia, aunque de donde venga en la vida sea mucho peor que este estado de soft neura. Sé que he mejorado. Ya no es la magnitud de mi torpeza lo que más me atormenta, sino la sensibilidad o intensidad de mi autocrítica. Una alarma insoportable. Lo que quisiera es levitar, pero sólo tipeo.
Para sentarme aquí vivo a veces. Para tener algo que escribir. Y mi ceguera me induce a pensar que tal vez es por eso que he jugado a la muerte en estos días, en lugar de asumir que me está consumiendo el hecho de que no supe retener a mi hija. Estos trances tal vez sean disparadores para la reflexión, pero no parecen estar tan plenos de sabiduría. Me cuesta hallar regocijo en las flores y soy poco ecuánime en la reflexión. Casi muero el miércoles, día nefasto y ahora lo escribo con orgullo y la resaca de un segundo barranco, soy una adicta. Lo del miércoles comenzó con una traducción muy difícil, continuó con una clase sin quórum que igual di, luego vino el famoso café de la traición Light pero pura y cerró con una intoxicación. Fumé opium sin saber que lo hacía. Pude morir porque mi corazón está muy débil y ya ni la malcriadez ni la ansiedad serían de importancia, no habría que pagar más la terapia, es lo único. No espabilo. Seis horas inconsciente y tres días en cama con alucinaciones y escalofríos. Era un cocktail de malandros pseudo-intelectuales de clase media, gente ladillada y yo ahí: cocaína, marihuana, opium, vino, vodka, ron, cigarrillos y despecho.
Me encantaba la idea de que si le escribía, si chateaba con intensidad, le quitaba a mi realidad peso y viviría más concentrada en mi mundo tan plagado de virtualidades para el alma: lectura, mantras y agujas, y virtualidades para cuerpo: chateo erótico…me masturbaba, burda, pero siempre sola. Era ruda en la escritura, en lugar de dejarme penetrar una mañana al mes y cocinar todos los días un almuerzo balanceado para mi chama. No soy ni madre a tiempo completo, de hecho me desconecto, ni tampoco una gozona desenfadada. Tengo mis intensidades y mis ligerezas, pero se manifiestan de un modo oscuro y verbal, como el café de la traición Light y ya no está mi niña cepillándose los dientes en el baño a esta hora tan solitaria que podría ser tan feliz, ni este hombre en mi Messenger para contárselo.
No lo llamaré más y ya no chatearemos, pero un día de estos me doy permiso para vivir, como él mismo me recomendó que hiciera alguna vez. Quizás si aumento el espectro de experiencias que me nutren, mi regocijo cotidiano regrese y no se siente ante esta máquina en lugar de modelar arcilla con mi bebé, mi preciosa niña Emilia de mi corazón. El chat, ese cofre de ilusiones secas, no es herencia para una princesa. Sería mejor usar el cuerpo para nadar y hacer el amor, sin pretensiones de ir a las olimpíadas o de casarme con el amante -todavía pienso en decir te amo y no qué rico después de un orgasmo, aunque por consideración diga umm solamente, y también por eso el verbo no es tirar, ni follar, como podría ser, sino ese concepto tan absurdo de “hacer el amor”, ¿quién coño hace un amor? Me falta guerra, pese a mis cicatrices, me falta calle, audacia y menos mouse. Me falta mi hija.
Esta mañana amanecí en una cama desconocida, pero con toda la ropa puesta, y por fortuna un par de secretos bajo el pantalón intactos para asegurarme que no hubo steeptease, un vómito rojo a mi lado, eso sí, y la triste certeza de estar muerta. No recordaba nada. En eso una mujer con voz como de hombre insistió en montarme en un carro, seguramente un taxi. Recordé que tenía identidad y pregunté por mi cartera. Alguien me la dio y me fui. Llegué a mi casa como a las siete. Había un cerro de platos sucios que me desanimó a servirme el vaso de agua que necesitaba. Desde entonces estoy aquí. No sé cuánto tiempo ha pasado y no puedo recordar qué es lo que debía hacer hoy. No encuentro la agenda, pero no sé para qué la busco porque nunca escribo nada ahí.
Tengo el cuerpo envejecido. Siento la piel caída y lerda. Recuerdo tres tragos, pero no sé qué pasó luego, sólo tengo una imagen muy clara y es la de una lámpara titilante por un problema de cableado que me mareó. Sé que al mirarla fijamente decidí dormir. Pero no encuentro neurona alguna que atestigüe, los pasos que di luego son un misterio. Así es como mi sabiduría brilla en su propia ausencia, debe ser una sabiduría profunda la mía, brilla con esplendor, pues no hay despecho en el mundo que amerite estos traspiés y éste es el segundo del mes. El otro fue el miércoles.
Pablo, compadre ¿recuerdas la ladilla china? Todo el mundo sabe que la ladilla es tan china como la lumpia. La nostalgia, en cambio, es árabe, piensa en todas esas mujeres de rostros cubiertos, ese luto silencioso por la cotidianidad, imagina la carne de un chawarma triste y sola, seca de calor. Naturalmente te corresponde la ladilla, hasta podrías fumártela, se hace todo el tiempo. A mí me calza la nostalgia, me sienta, se corresponde con mi naturaleza enrollada, intensa y compleja.
Escritas estas palabras de comediante que agoniza, decidí no llamar más y milagrosamente lo he logrado, pero el dolor de cabeza de esta resaca no se me quita y me recuerda con insistencia que ahí está el teléfono y que la ansiedad quizás encuentre una válvula allí. La metáfora de la lumpia y el chawarma viene de una sesión de psicoanálisis. La original decía, y cito a Laura, mi terapeuta: “Paola, si ya te dijo que no come árabe, sino chino, y te lo dijo tan claramente, ¿por qué quieres invitarlo a comer árabe? ¡Piensa, si lo convences, capaz que no deja propina y le escupe al mesonero!” Llegué a esta mala racha emocional chateando con Pablo. Nunca nos tocamos, pero yo pretendía enamorarlo y él se planteaba tirar sin compromiso, a eso se refería mi psicoanalista con el cuento de la comida internacional. Le escribí la metáfora porque me execró del Chat y quería convencerlo de que me devolviera el estatus de (Conectada).
Mi vientre se estremece de frío con cada recuerdo, está bajo cero la temperatura, se cerró la ventanilla que iluminaba esta oficina en donde la masturbación estorba. Con el compadre fuera de mi lista, no tengo con quién hablar y nadie a quien imaginar, no tiene caso una fantasía dulce con quien nos ha declarado “mujer ingrata”. Mi laberinto está inflamado, me marean estas teclas y tengo sed.
El argumento es simple: sería mejor que le aburriera mi deseo. ¡Como si supiera que le hago falta, como si lo creyera realmente, como si no hubiera entendido que me vetó el acceso por el tedio que le causo! El laberinto de la ciudad, ¡coño! aquí hasta este hombre tan bello es un dolor. Yo me encargo de la nostalgia, le digo, pero ábreme la puerta de tu pantalla. Mi adicción al teclado no tiene límites y mi soberbia ebria tampoco. Lo que debería hacer es dormir.
Hace tres meses que regresé de Apure. Estuve allá un mes sanando heridas. El padre de mi hija se casó y ella decidió irse a vivir con él. Me corté el pelo como un varón y luego me dediqué a pulverizarlo con inventos químicos. Estaba preparando el terreno para el distanciamiento de la gente, sin pelo y sin atractivo se me haría más fácil irme de la ciudad. Así que calva y vencida me fui para escapar por un tiempito del agobio de mi rol aquí, mi casilla social. Con tanto estrés, iba a envejecer demasiado, la cuota de varios años, tenía que respirar aire puro, y sin mi muchacha si es verdad que no le encontraba el sentido a este maní, la cotidianidad de mi hija era mi vida y no lo sabía.
El café
Por recomendación de Pablo, a quien respeto como a nadie en calidad de interlocutor, me llevé los tres primeros libros de la serie de Castaneda. No me basta con el budismo, el psicoanálisis y el gimnasio, por eso mismo me fui a la finca y que a meditar, a estudiar con los árboles y aprender del ganado. Pero tan pronto regresé a la ciudad, como quien no ha digerido nada, lo llamé, busqué de inmediato a mi compadre muleta, mi bastón, mi apoyo, para ser más elegantes. Retomamos nuestras chácharas, hablamos unas 56 veces, o sea casi todos los días, nos vimos dos, chateamos con frecuencia, nos dijimos obscenidades y luego me tomé un café con su mejor amigo, tenía curiosidad, me sentía sola y mi tremendismo natural me lo permitió.
Mi compadre Pablo es casado, seguramente ya lo mencioné, siempre lo menciono, no es algo que yo misma me permita olvidar ni por un segundo. Su mujer vive en otra casa por cosas del destino y las malas costumbres, pero es casado igual. Yo he pasado los últimos tres años, desde que mi esposo se fue, conversando con él, convirtiéndolo en mi compadre con cada sílaba, siempre había querido tener un compadre. Nunca hemos estado juntos físicamente, pero chateábamos sexo y conversábamos amor. Y su amigo, pues nada, yo solamente quería dejar constancia de que estoy sola, de que no le debo nada, de que puedo salir con quien quiero, en verdad no esperaba que me causara tanto daño, todo este vacío.
La Confesión
No sería un buen compadre si no estuviera dispuesto a mostrarme el lado oscuro de mi idiotez. Si no es así tal vez no me entero. Lo extraño tanto. Quería comentarle una vez más sobre la lectura y lo llamé, pero sin escucharlo decir siquiera hola, confesé que había conocido a su amigo Gilberto, que me había tomado un café con él. Conversamos un poco, me pidió mi opinión sobre su amigo, pregunta a la cual respondí con un hermoso performance de autoembarramiento, una verdadera obra de arte conceptual; y finalmente logré que me declarara castigada. Acto seguido a la sentencia que me acababa de dictar, le escribí lo siguiente:
[El Recordatorio]
Lo que más lamento es que Gilberto sea menos amigo tuyo de lo que yo imaginaba, pensé que tenían un vínculo inquebrantable. Lo lamento porque no pensé que te haría sentir solo, desilusionado de mí tal vez, pero eso es menos grave. Debe admirarte mucho, porque querer estar con tus mujeres es querer estar en tu pellejo, ya lo perdonarás. Yo lo había imaginado dulce como Irene, la tipa más fiel y leal que hay, no como Soledad, a quien aprecio bastante, pero en quien no confío del todo, es mucho menos pura y buena persona que Irene, a quien le confiaría mi vida. Es una lástima haberte tocado esa tecla ya varias veces usada antes, no sabía que tu pana había intentado acercarse a tu esposa, pero compadre, igual lo nuestro es platónico, no te molestes tanto.
Otra genialidad literaria, si se vive por escrito, se muere por escrito. No conforme con haberle perforado la mirada al amigo, a quien conscientemente seduje, le recuerdo a este compadre, cuya alma necesito, una de esas cosas que uno sabe exactamente como son, y de las cuales no nos gusta hablar, pues es que en realidad no tienen la menor importancia. Es decir, la lista creció, ahora estamos hablando de tres delitos: un café, una confesión y un recordatorio.
Por otro lado, que es en realidad el único costado de mi vida que realmente tiene importancia, mi persona favorita, mi niña amada, mi única hija, se llevó su almohada a casa de su papá. Y aunque sé que eso es todo lo que tengo, que en realidad mi tristeza es por mi hija, que muero de rabia por no haber sabido conquistarla, a pesar de saber esto, mi inmadurez está tan latente que lo que me atormenta el pensamiento es tener completamente fuera del alcance a un hombre que anhelo. Salir de su listado del msn me ha sumido en el luto que hasta ahora, y después de tantas angustias, no me había permitido. Su distancia ha sido una suerte de gota que, en mi caso, derrama el vino, o quizás el vodka. Éramos grandes compadres aunque yo en silencio le amara hasta la última hebra de cabello. En él tenía un espacio fluido para un costado de mi intimidad hace ya tiempo olvidado. Pablo le devolvió el latido a mi pecho seco. Un secreto que saboreé y mastiqué como goma de mascar, como retenedores en boca de niña de cuarto grado, con esa misma ligereza e inconsciencia, como un diente roto que nos salva del olvido. Y es que mi visión de mundo es turbia, aunque de donde venga en la vida sea mucho peor que este estado de soft neura. Sé que he mejorado. Ya no es la magnitud de mi torpeza lo que más me atormenta, sino la sensibilidad o intensidad de mi autocrítica. Una alarma insoportable. Lo que quisiera es levitar, pero sólo tipeo.
Para sentarme aquí vivo a veces. Para tener algo que escribir. Y mi ceguera me induce a pensar que tal vez es por eso que he jugado a la muerte en estos días, en lugar de asumir que me está consumiendo el hecho de que no supe retener a mi hija. Estos trances tal vez sean disparadores para la reflexión, pero no parecen estar tan plenos de sabiduría. Me cuesta hallar regocijo en las flores y soy poco ecuánime en la reflexión. Casi muero el miércoles, día nefasto y ahora lo escribo con orgullo y la resaca de un segundo barranco, soy una adicta. Lo del miércoles comenzó con una traducción muy difícil, continuó con una clase sin quórum que igual di, luego vino el famoso café de la traición Light pero pura y cerró con una intoxicación. Fumé opium sin saber que lo hacía. Pude morir porque mi corazón está muy débil y ya ni la malcriadez ni la ansiedad serían de importancia, no habría que pagar más la terapia, es lo único. No espabilo. Seis horas inconsciente y tres días en cama con alucinaciones y escalofríos. Era un cocktail de malandros pseudo-intelectuales de clase media, gente ladillada y yo ahí: cocaína, marihuana, opium, vino, vodka, ron, cigarrillos y despecho.
Me encantaba la idea de que si le escribía, si chateaba con intensidad, le quitaba a mi realidad peso y viviría más concentrada en mi mundo tan plagado de virtualidades para el alma: lectura, mantras y agujas, y virtualidades para cuerpo: chateo erótico…me masturbaba, burda, pero siempre sola. Era ruda en la escritura, en lugar de dejarme penetrar una mañana al mes y cocinar todos los días un almuerzo balanceado para mi chama. No soy ni madre a tiempo completo, de hecho me desconecto, ni tampoco una gozona desenfadada. Tengo mis intensidades y mis ligerezas, pero se manifiestan de un modo oscuro y verbal, como el café de la traición Light y ya no está mi niña cepillándose los dientes en el baño a esta hora tan solitaria que podría ser tan feliz, ni este hombre en mi Messenger para contárselo.
No lo llamaré más y ya no chatearemos, pero un día de estos me doy permiso para vivir, como él mismo me recomendó que hiciera alguna vez. Quizás si aumento el espectro de experiencias que me nutren, mi regocijo cotidiano regrese y no se siente ante esta máquina en lugar de modelar arcilla con mi bebé, mi preciosa niña Emilia de mi corazón. El chat, ese cofre de ilusiones secas, no es herencia para una princesa. Sería mejor usar el cuerpo para nadar y hacer el amor, sin pretensiones de ir a las olimpíadas o de casarme con el amante -todavía pienso en decir te amo y no qué rico después de un orgasmo, aunque por consideración diga umm solamente, y también por eso el verbo no es tirar, ni follar, como podría ser, sino ese concepto tan absurdo de “hacer el amor”, ¿quién coño hace un amor? Me falta guerra, pese a mis cicatrices, me falta calle, audacia y menos mouse. Me falta mi hija.
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