El negroni es peligroso, me dijo Julio. Dos muertes en un mes y aún en pie con trabajo, hijos, aunque con ciertas fallas en la efectividad. Proyectos que llegan y se van. Sinopsis de películas que resumir y que ilustran un mínimo, suplen los libros no leídos. Suplen a medias y cero prensa, salvo por las notas que hay que traducir, notas de prensa que pagan la luz, el teléfono y el mercado, pero dan poca información o mucha, pero de pocos temas. Así pasa la vida en estos días. Con la angustia de una tesis y los transes alcohólicos, dignos de A and A, pero no, de uno, más bien, de uno solo. Y por ser controlado de manera empírica, sin la academia de la ayuda social, mal llevado, el alcoholismo.
El negroni es peligroso, me dijeron, y así me quedé “negroni peligroso” o “peyigoso” como dice mi hijo.
En este contexto, entre hielo y campari, quiero decir, me atrevo a compartir este cuento que es hoy. Amaneció fácil, todo el mundo en la cama y uno despierto ya. Luego el desayuno, la maleta, los niños para la playa y llegó la soledad. Las imágenes en loop de una tía que sufre, los recuerdos de la anticipación de la muerte. Los pensamientos fueron acelerándose, cobrando vida, y poco a poco se apoderaron del día. El dolor era el leit motiv. La angustia la guía. Otra vez. La angustia otra vez no es bueno porque cae la noche y uno no ha desayunado.
Pero el cuento es el siguiente: una clase de cine y una película sobre los desaparecidos de la dictadura argentina, una amiga con bebé que nos quiere visitar y un novio que nos causa celos y dos muertes en un mes, claro.
El hecho es que arranca un llanto como a las tres y media que no cesa hasta las siete y cuarto. Y una silla nueva no lo cura, una cena rica tampoco, no hay nada, el llanto y uno.
Total que salgo a la calle como a las ocho y me topo con Junior. Él carga una rosa. Me pregunta por los ojos hinchados y le digo que conjuntivitis por lo que me agarra miedo. Los niñitos han salido con su padre y sé que vienen en tres días, así que me tomo éste para el ocio y le invito unas cervezas a junior que se prolongan hasta las dos am, no sé cómo y mucho menos explicarlo, pero lo entiendo. El alcoholismo es así, indulgente. Junior carga una rosa desde temprano y de salida del bar vemos un tobo, el lo recoge y pone allí la flor que ya no es para quien era. Cuatro cuadras más allá el mal humor de ambos era una nube espesa y vemos gente en la acera. Él se les acerca y trata de gentilmente de darle la rosa a la única mujer del grupo pero uno de los hombres insiste en comprársela. Él se la vende ofendido y se da media vuelta.
Hoy fue un día pesado. Junior corre tras de mí, yo me quiero ir a mi casa y marcho con decisión y el hombre que pagó la flor alcanza a junior para levantarle el ánimo y le dice que fue un buen día, que en su tobo sólo quedaba una rosa y la vendió, que mañana las ventas serán aún mejores. Sin aliento y la mirada desconcertada se despide de mí y se va. Y hoy yo aquí con dos muertes en un mes y con la certeza de que el dolor lo aclara todo y también con la angustia de que eso es así.
El negroni es peligroso, me dijeron, y así me quedé “negroni peligroso” o “peyigoso” como dice mi hijo.
En este contexto, entre hielo y campari, quiero decir, me atrevo a compartir este cuento que es hoy. Amaneció fácil, todo el mundo en la cama y uno despierto ya. Luego el desayuno, la maleta, los niños para la playa y llegó la soledad. Las imágenes en loop de una tía que sufre, los recuerdos de la anticipación de la muerte. Los pensamientos fueron acelerándose, cobrando vida, y poco a poco se apoderaron del día. El dolor era el leit motiv. La angustia la guía. Otra vez. La angustia otra vez no es bueno porque cae la noche y uno no ha desayunado.
Pero el cuento es el siguiente: una clase de cine y una película sobre los desaparecidos de la dictadura argentina, una amiga con bebé que nos quiere visitar y un novio que nos causa celos y dos muertes en un mes, claro.
El hecho es que arranca un llanto como a las tres y media que no cesa hasta las siete y cuarto. Y una silla nueva no lo cura, una cena rica tampoco, no hay nada, el llanto y uno.
Total que salgo a la calle como a las ocho y me topo con Junior. Él carga una rosa. Me pregunta por los ojos hinchados y le digo que conjuntivitis por lo que me agarra miedo. Los niñitos han salido con su padre y sé que vienen en tres días, así que me tomo éste para el ocio y le invito unas cervezas a junior que se prolongan hasta las dos am, no sé cómo y mucho menos explicarlo, pero lo entiendo. El alcoholismo es así, indulgente. Junior carga una rosa desde temprano y de salida del bar vemos un tobo, el lo recoge y pone allí la flor que ya no es para quien era. Cuatro cuadras más allá el mal humor de ambos era una nube espesa y vemos gente en la acera. Él se les acerca y trata de gentilmente de darle la rosa a la única mujer del grupo pero uno de los hombres insiste en comprársela. Él se la vende ofendido y se da media vuelta.
Hoy fue un día pesado. Junior corre tras de mí, yo me quiero ir a mi casa y marcho con decisión y el hombre que pagó la flor alcanza a junior para levantarle el ánimo y le dice que fue un buen día, que en su tobo sólo quedaba una rosa y la vendió, que mañana las ventas serán aún mejores. Sin aliento y la mirada desconcertada se despide de mí y se va. Y hoy yo aquí con dos muertes en un mes y con la certeza de que el dolor lo aclara todo y también con la angustia de que eso es así.
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